Donde habite el olvido
I
Donde habite el olvido,
En los vastos jardines sin aurora;
Donde yo sólo sea
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
Donde mi nombre deje
Al cuerpo que designa en brazos de los siglos,
Donde el deseo no exista.
En esa gran región donde el amor,
ángel terrible,
No esconda como acero
En mi pecho su ala,
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras
crece el tormento.
Allá donde termine este afán
que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos
frente a frente.
Donde penas y dichas no sean más que
nombres,
Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo;
Donde al fin quede libre sin saberlo yo
mismo,
Disuelto en niebla, ausencia,
Ausencia leve como carne de niño.
Allá, allá lejos;
Donde habite el olvido.
II
Como una vela sobre el mar
Resume ese azulado afán que se levanta
Hasta las estrellas futuras,
Hecho escala de olas
Por donde pies divinos descienden al abismo,
También tu forma misma,
Ángel, demonio, sueño de un
amor soñado,
Resumen en mí un afán que
en otro tiempo levantaba
Hasta las nubes sus olas melancólicas.
Sintiendo todavía los pulsos de ese
afán
Yo, el más enamorado,
En las orillas del amor,
Sin que una luz me vea
Definitivamente muerto o vivo,
Contemplo sus olas y quisiera anegarme,
Deseando perdidamente
Descender, como los ángeles aquellos
por la escala de espuma,
Hasta el fondo del mismo amor que ningún
hombre ha visto.
III
Esperé un dios en mis días
Para crear mi vida a su imagen,
Mas el amor, como un agua,
Arrastra afanes al paso.
Me he olvidado a mí mismo en sus ondas;
Vacío el cuerpo, doy contra las luces;
Vivo y no vivo, muerto y no muerto;
Ni tierra ni cielo, ni cuerpo ni espíritu.
Soy eco de algo;
Lo estrechan mis brazos siendo aire,
Lo miran mis ojos siendo sombra,
Lo besan mis labios siendo sueño.
He amado, ya no amo más;
He reído, tampoco río.
IV
Yo fui.
Columna ardiente, luna de primavera,
Mar dorado, ojos grandes.
Busqué lo que pensaba;
Pensé, como al amanecer en sueño
lánguido,
Lo que pinta el deseo en mis días
adolescente.
Canté, subí,
Fui luz un día
Arrastrado en la llama.
Como un golpe de viento
Que deshece la sombra,
Caí en lo negro,
En el mundo insaciable.
He sido.
V
Quiero, con afán soñoliento,
Gozar de la muerte más leve
Entre bosques y mares de escarcha,
Hecho aire que pasa y no sabe.
Quiero la muerte entre mis manos,
Fruto tan ceniciento y rápido,
Igual al cuerno frágil
De la luz cuando nace en el invierno.
Quiero beber al fin su lejana amargura;
Quiero escuchar su sueño con rumor
de arpa
Mientras siento las venas que se enfrían,
Porque la frialdad tan sólo me consuela.
Voy a morir de un deseo,
Si un deseo sutil vale la muerte;
A vivir sin mí mismo de un deseo,
Sin despertar, sin acordarme,
Allá en la luna perdido entre su
frío.
VI
El mar es un olvido,
Una canción, un labio;
El mar es un amante,
Fiel respuesta al deseo.
Es como un ruiseñor,
Y sus aguas son plumas,
Impulsos que levantan
A las frías estrellas.
Sus caricias son sueño,
Entreabren la muerte,
Son lunas accesibles,
Son la vida más alta.
Sobre espaldas oscuras
Las olas van gozando.
VII
Adolescente fui en días idénticos
a nubes,
Cosa grácil, visible por penumbra
y reflejo,
Y extraño es, si ese recuerdo busco,
Que tanto, tanto duela sobre el cuerpo de
hoy.
Perder placer es triste
Como la dulce lámpara sobre el lento
nocturno;
Aquél fui, aquél fui, aquél
he sido;
Era la ignorancia mi sombra.
No gozo ni pena; fui niño
Prisionero entre muros cambiantes;
Historias como cuerpos, cristales como cielos,
Sueño luego, un sueño más
alto que la vida.
Cuando la muerte quiera
Una verdad quitar de entre mis manos,
Las hallará vacías, como en
la adolescencia
Ardientes de deseo, tendidas hacia el aire.
VIII
Nocturno, esgrimes horas
Sordamente profundas;
En esas horas fulgen
Luces de ojos absortos.
Bajo el cielo de hierro
Da hojas la amargura,
Lenta entre las cadenas
Que sostienen la vida.
Hechos vibrante fuego
O filo inextinguible,
Los condenados tuercen
Sus cuerpos en la sombra.
Ya no es vida ni muerte
El tormento sin nombre,
Es un mundo caído
Donde silba la ira.
Es un mar delirante,
Clamor de todo espacio,
Voz que de sí levanta
Las alas de un dios póstumo.
IX
Era un sueño, aire
Tranquilo en la nada;
Al abrir los ojos
Las ramas perdían.
Exhalaba el tiempo
Luces vegetales,
Amores caídos,
Tristeza sin donde.
Volvía la sombra;
Agua eran sus labios.
Cristal, soledades,
La frente, la lámpara.
Pasión sin figura,
Pena sin historia;
Como herida al pecho,
Un beso, el deseo.
No sabes, no sabes.
X
Bajo el anochecer inmenso,
Bajo la lluvia desatada, iba
Como un ángel que arrojan
De aquél edén nativo.
Absorto el cuerpo aún desnudo,
Todo frío ante la brusca tristeza,
Lo que en la luz fue impulso, las alas,
Antes candor erguido,
A la espalda pesaban sordamente.
Se buscaba a sí mismo,
Pretendía olvidarse a sí mismo;
Niño en brazos del aire,
En lo más poderoso descansando,
Mano en la mano, frente en la frente.
Entre precipitadas formas vagas,
Vasta estela de luto sin retorno,
Arrastraba dos lentas soledades,
Su soledad de nuevo, la del amor caído.
Ellas fueron sus alas en tiempos de alegría,
Esas que por el fango derribadas
Burla y respuesta dan al afán que
interroga,
Al deseo de unos labios.
Quisiste siempre, al fin sabes
Cómo ha muerto la luz, tu luz en
un día,
Mientras vas, errabundo mendigo, recordando,
deseando;
Recordando, deseando.
Pesa, pesa el deseo recordado;
Fuerza joven quisieras para alzar nuevamente,
Con fango, lágrimas, odio, injusticia,
La imagen del amor hasta el cielo,
La imagen del amor en la luz pura.
XI
No quiero, triste espíritu, volver
Por los lugares que cruzó mi llanto,
Latir secreto entre los cuerpos vivos
Como yo también fui.
No quiero recordar
Un instante feliz entre tormentos;
Goce o pena, es igual,
Todo es triste al volver.
Aún va conmigo como una luz lejana
Aquel destino niño,
Aquellos dulces ojos juveniles,
Aquella antigua herida.
No, no quisiera volver,
Sino morir aún más,
Arrancar una sombra,
Olvidar un olvido.
XII
No es el amor quien muere,
Somos nosotros mismos.
Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis
un día?
Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor
levantara.
Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.
Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.
No, no es el amor quien muere.
XIII
Mi arcángel
No solicito ya ese favor celeste, tu presencia;
Como incesante filo contra el pecho,
Como el recuerdo, como el llanto,
Como la vida misma vas conmigo.
Tú fluyes en mis venas, respiras en
mis labios,
Te siento en mi dolor;
Bien vivo estás en mí, vives
en mi amor mismo,
Aunque a veces
Pesa la luz, la soledad.
Vuelto en el lecho, como un niño sin
nadie frente al muro,
Contra mi cuerpo creo,
Radiante enigma, el tuyo;
No ríes así ni hieres,
No marchas ni te dejas, pero estás
conmigo.
Estás conmigo como están mis
ojos en el mundo,
Dueños de todo por cualquier instante;
Mas igual que ellos, al hacer la sombra,
luego vuelvo,
Mendigo a quien despojan de su misma pobreza,
Al yerto infierno de donde he surgido.
XIV
A Concha Méndez y Manuel Altolaguirre
Eras tierno deseo, nube insinuante,
Vivías con el aire entre cuerpos
amigos,
Alentabas sin forma, sonreías sin
voz,
Dejo inspirado de invisible espíritu.
Nuestra impotencia, lenta espina,
Quizá en ti hubiera sido fuerza adolescente;
No dolor irrisorio ni placer egoísta,
No sueño de una vida ni maldad triunfante.
Como nube feliz que pasa sin la lluvia,
Como un ave olvidada de la rama nativa,
A un tiempo poseíste muerte y vida,
Sin haber muerto, sin haber vivido.
Entre el humo tan triste, entre las flacas
calles
De una tierra medida por los odios antiguos,
No has descubierto así, vueltos contra
tu dicha,
El poder con sus manos de fango,
Un dios abyecto disponiendo destinos,
La mentira y su cola redonda erguida sobre
el mundo,
El inerme amor llorando entre las tumbas.
Tu leve ausencia, eco sin nota, tiempo sin
historia,
Pasando igual que un ala,
Deja una verdad transparente,
Verdad que supo y no sintió,
Verdad que vio y no quiso.
XV
El invisible muro
Entre los brazos todos,
Entre los cuerpos todos,
Islas de maldad irrisoria.
No hay besos, sino losas;
No hay amor, sino losas
Tantas veces medidas por el paso
Febril del prisionero.
Quizá el aire afuera
Suene cantando al mundo
El himno de la fiel alegría;
Quizá, glorias enajenadas,
Alas radiantes pasan.
Un deseo inmenso,
Afán de una verdad,
Bate contra los muros,
Bate contra la carne
Como un mar entre hierros.
Ávidos un momento
Unos ojos se alzan
Hacia el rayo del día,
Relámpago cobrizo victorioso
Con su espalda tan alta.
Entre piedras de sombra,
De ira, llanto, olvido,
Alienta la verdad.
La prisión,
La prisión viva.
XVI
No hace al muerto la herida,
Hace tan sólo un cuerpo inerte;
Como el hachazo al tronco,
Despojado de sones y caricias,
Todo triste abandono al pie de cualquier
senda.
Bien tangible es la muerte;
Mentira, amor, placer no son la muerte.
La mentira no mata,
Aunque su filo clave como puñal alguno;
El amor no envenena,
Aunque como un escorpión deje los
besos;
El placer no es neufragio,
Aunque vuelto fantasma ahuyente todo olvido.
Pero tronco y hachazo,
Placer, amor, mentira,
Beso, puñal, naufragio,
A la luz del recuerdo son heridas
De labios siempre ávidos;
Un deseo que no cesa,
Un grito que se pierde
Y clama al mundo sordo su verdad implacable.
Voces al fin ahogadas con la voz de la vida,
Por las heridas mismas,
Igual que un río, escapando;
Un triste río cuyo fluir se lleva
Las antiguas caricias,
El antiguo candor, la fe puesta en un cuerpo.
No creas nunca, no creas sino en la muerte
de todo;
Contempla bien ese tronco que muere,
Hecho el muerto más muerto,
Como tus ojos, como tus deseos, como tu
amor;
Ruina y miseria que un día se anegan
en inmenso olvido,
Huella inútil que la luz deserta.
LOS FANTASMAS DEL DESEO
A Bernabé Fernández-Canivell
Yo no te conocía, tierra;
Con los ojos inertes, la mano aleteante,
Lloré todo ciego bajo tu verde sonrisa,
Aunque, alentar juvenil, sintiera a veces
Un tumulto sediento de postrarse,
Como huracán henchido aquí
en el pecho;
Ignorándote, tierra mía,
Ignorando tu alentar, huracán o tumulto,
Idénticos en esta melancolía
burbuja que yo soy
A quien tu voz de acero inspirara un menudo
vivir.
Bien sé ahora que tú eres
Quien me dicta esta forma y este ansia;
Sé al fin que el mar esbelto,
La enamorada luz, los niños sonrientes,
No son sino tu misma;
Que los vivos, los muertos,
El placer y la pena,
La soledad, la amistad,
La miseria, el poderoso estúpido,
El hombre enamorado, el canalla,
Son tan dignos de mí como de ellos
yo lo soy;
Mis brazos, tierra, son ya más anchos,
ágiles,
Para llevar tu afán que nada satisface.
El amor no tiene esta o aquella forma,
No puede detenerse en criatura alguna;
Todas son por igual viles y soñadoras.
Placer que nunca muere,
Beso que nunca muere,
Sólo en ti misma encuentro, tierra
mía.
Nimbos de juventud, cabellos rubios o sombríos,
Rizosos, lánguidos como una primavera,
Sobre cuerpos cobrizos, sobre radiantes
cuerpos
Que tanto he amado inútilmente,
No es en vosotros donde la vida está,
sino en la tierra,
En la tierra que aguarda, aguarda siempre
Con sus labios tendidos, con sus brazos
abiertos.
Dejadme, dejadme abarcar, ver unos instantes
Este mundo divino que ahora es mío,
Mío como lo soy yo mismo,
Como lo fueron otros cuerpos que estrecharon
mis brazos,
Como la arena, que al besarla los labios
Finge otros labios, dúctiles al deseo,
Hasta que el viento lleva sus mentirosos
átomos.
Como la arena, tierra,
Como la arena misma,
La caricia es mentira, el amor es mentira,
la amistad es mentira.
Tu sola quedas con el deseo,
Con este deseo que aparenta ser mío
y ni siquiera es mío,
Sino el deseo de todos,
Malvados, inocentes,
Enamorados o canallas.
Tierra, tierra y deseo,
Una forma perdida.
1999