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... por supuesto que Homero!!!! |
De todas las ediciones respetables que he consultado en espa�ol de la Iliada (Gr�dos y C�tedra), por la forma en que se traduce el tema que nos ocupa, la mejor es la que public� la SEP para la
Colecci�n CIEN DEL MUNDO
[en dos vol�menes]
En Homero encontramos por primera vez una muestra del amor hero�co entre dos hombres que se han conocido desde la infancia: Aquiles y Patroclo. En la Iliada �nicamente encontramos dicha relaci�n expresada con mayor claridad en los Cantos IX, XVIII, XXII y en el XXIII. Debemos de leer con cuidado, cuidando de la adjetivaci�n que hace Homero en relaci�n a los dos h�roes.
Leamos pues, los fragmentos correspondientes de la hermosa e inigualable pieza de Homero:
[190 Patroclo era el �nico que estaba frente a �l, sentado en silencio y esperando el momento en que Aquiles terminara de cantar. Ellos penetraron yendo a la cabeza el divino Odiseo y se detuvieron ante el h�roe. Se levant� sorprendido Aquiles y con la c�tara en la mano, dej� el asiento en el que estaba sentado.
[195] Asimismo Patroclo, cuando vio a los guerreros, se levant�. Tendi�ndoles la mano Aquiles, el de pies ligeros, les dijo:
- Salud. Ven�s como amigos y os apremia una gran necesidad; vosotros que sois para m�, aun con mi enojo, los m�s queridos de los aqueos.
Despu�s de dirigirles estas palabras, el divino Aquiles los hizo pasar y tomar asiento en las sillas alargadas y tapizadas de p�rpura.
[200] Enseguida dirigi� la palabra a Patroclo que estaba cerca de �l:
- Hijo de Menecio, saca la cr�tera m�s grande. Prepara el vino m�s puro y sirve copas para cada uno; pues se hallan bajo mi techo los varones que me son m�s queridos.
[205] Dijo esto y Patroclo obedeci� a su m�s amado compa�ero y �l mismo coloc� prontamente una larga tabla de docina cerca del fog�n sobre el que puso un lomo de oveja, otro de cabra cebada y el espinazo de un puerco criado con esmero, notable por su gordura. Sosten�a las carnes Automedonte y Aquiles las cortaba y divid�a y despu�s las espetaba;
[210] el hijo de Menecio [Patroclo], semejante a un dios, encendi� un gran fuego. Enseguida, cuando se extingui� la llama, acomod� las brasas, puso encima los asadores y levant� los soportes para echar la divina sal.
[215] Por fin cuando estuvo ya preparada la comida, la coloc� en platos y mientras Patroclo repart�a el pan en hermosas canastillas, Aquiles distribu�a la carne. Despu�s sent�se �ste frente a Odiseo, de espaldas a la pared, y le mand� a su amigo Patroclo que hiciera la ofrenda a los dioses y �l hech� al fuego las primicias; . . .
[75] que los hijos de los aqueos fueran rechazados fueran rechazados hacia las popas de sus naves y que privados de toda ayuda, sufriesen espantosas calamidades.
Aquiles le respondi� entre fuertes gemidos:
- �Madre m�a! En verdad el padre del Olimpo me ha cumplido todo esto; pero, �qu� placer puede haber para m�,
[80] despu�s de que ha muerto mi querido compa�ero Patroclo, al que yo estimaba sobre todos los dem�s, tanto como a mi propia cabeza? A �ste es al que he perdido, y H�ctor, despu�s de haberlo matado lo despoj� de sus poderosas armas, prodigiosas para ser contempladas, hermosas; las que los dioses dieron a
[85] P�leo magn�ficos dones, el d�a aqu�l en el que te hicieron subir al lecho de un mortal. �Ojal� hubieses permanecido mejor entre las diosas del mar y P�leo hubiera escogido una esposa mortal! Pero ahora, t� deber�s sufrir en tu coraz�n un infinito desamparo, el d�a en que muerto ya tu hijo, no puedas recibirlo, cuando regrese al hogar;
[90] puesto que mi coraz�n me incita a no vivir m�s, a no permanecer ya entre los hombres, a menos que H�ctor, herido, atravesado antes que ning�n otro por mi lanza, pierda la vida y pague de este modo el castigo por haber hecho su presa a Patroclo, el hijo de Menecio.
Tetis le dijo a su vez llorando: en verdad, pronto has de morir, hijo m�o, por estas palabras que anuncias;
[95] ya que despu�s de que muera H�ctor, el destino est� ya dispuesto para ti.
Profundamente indignado le respondi� Aquiles:
- �Muera yo enseguida, puesto que no pude auxiliar a mi compa�ero cuando le dieron muerte!
[100] El pereci� muy lejos de su patria y yo no estaba ah� para alejarle de la desgracia. Ahora, puesto que no regresar� a la tierra de mi amada patria y no he sido la luz de salvaci�n para Patroclo, ni para ninguno de los m�os, aniquilados en gran n�mero por las manos del divino H�ctor, sino que permanezco sentado junto a las naves como un fardo inservible sobre la tierra;
[105] a m�, a quien ninguno de los aqueos de corazas de bronce, iguala en la batalla, aunque haya otros que valgan m�s que yo en el seno de la asamblea. �Ah! Ojal� perezca entre los dioses y entre los hombres el esp�ritu de la discordia y la ira que impulsa a irritarse aun al hombre m�s sensato; aunque es m�s dulce que la miel que cae gota a gota,
[110] pero en el pecho de los hombres se agranda como el humo; as� hizo que me encolerizara hasta ahora el rey de guerreros, Agamen�n. Pero dejemos al pasado, lo que es del pasado, aunque nos cause aflicci�n, y dobleguemos el coraz�n en nuestro pecho bajo el peso de la necesidad. Ahora ir� a buscar a H�ctor, asesino de la cabeza que yo amaba.
[115] Despu�s, recibir� a la diosa de la muerte, cuando Zeus y los dem�s dioses inmortales quieran que llegue; porque ni aun el poderoso Heracles pudo evitar la muerte; �l, que era tan querido al soberano Zeus, hijo de Cronos. El destino y la terrible furia de Hera lo vencieron.
[120] As� yo tambi�n, si ya se me decret� un destino semejante, se me ver� yacer en el suelo, cuando haya muerto. Pero por ahora, puedo obtener una gran gloria y gracias a m�, obligar� a alguna troyana o dardania cuya ropa cae sobre la cintura con amplios pliegues, a gemir fuertemente, enjugando con sus dos manos las l�grimas que se deslizan sobre sus delicadas mejillas.
[125] Que ellas se den cuenta de que me he abstenido largo tiempo de la guerra. No me impidas combatir, aunque me ames, pues no me podr�s persuadir.
As� habl�, y todos estaban con �nimo de escuchar con atenci�n y obedecer.
[55] Despu�s de haber preparado cada quien la comida con prontitud, banquetearon y el apetito no careci� de nada en esta comida bien distribuida. Despu�s que calmaron el deseo de beber y de comer, fueron a dormir a sus respectivas tiendas.Pero el hijo de P�leo gem�a intensamente entre los numerosos mirmidones.
[60] Se tendi� sobre la orilla del mar, sordamente sonoro, en un lugar aparte, ba�ado por las olas. Por fin lo envolvi� el profundo sue�o que mitiga los dolores del corazon, y se difundi� suavemente a su alrededor: ya que sus hermosos m�sculos estaban fatigados por la persecuci�n contra H�ctor hacia Ili�n, batida por los vientos.
[65] Entonces lleg� de pronto el alma del m�sero Patroclo, semejante por completo a �l mismo por la talla, los bellos ojos, la voz y el vestido id�ntico tambi�n alrededor de su cuerpo. Se detuvo en la cabeza de aquiles y le dijo:
- �Duermes y me olvidas, Aquiles?
[70] T� no me desatend�as cuando yo viv�a, pero ahora que he muerto, me abandonas. Sep�ltame lo m�s pronto que te sea posible para que atraviese las puertas del Hades. Las almas, fantasmas de los muertos, me rechazan lejos y de ninguna manera me permiten atravesar el r�o; sino que vago alrededor del palacio de Hades, provisto de amplias puertas.
[75] Dame la mano, yo me lamento, porque no saldr� jam�s del Hades cuando me hayas otorgado mi porci�n de fuego. Nunca, de nuevo viviendo ambos, meditaremos nuestras reflexiones, sentados, lejos de nuestros queridos compa�eros; pero el abominable destino que me toc� desde que nac� se ha esparcido a mi alrededor.
[80] �T� destino no es acaso tambi�n, Aquiles, semejante a los dioses, perecer bajo las murallas de los opulentos troyanos? Pero tengo algo m�s que decirte y recomendarte si quieres escucharme. No pongas mis cenizas lejos de las tuyas, Aquiles; por lo contrario, que reposen juntas, como juntos fuimos educados en vuestro palacio,
[85] cuando Menecio, a causa de un deplorable homicidio, me condujo muy joven desde Opunte hasta vuestra morada, el d�a en que sin prop�sito y sin quererlo, mat� al hijo de Anfidamante que me hab�a irritado jugando con las tabas. En ese momento P�leo me recibi� en su palacio, me educ� con predilecci�n, y me nombr� tu servidor.
[90] Por ello, que una misma urna f�nebre encierre los huesos de ambos, la urna de oro que te obsequi� tu venerable madre.
Aquiles le contest�:
- �Porqu� has venido hasta aqu�, venerable cabeza, y me has hecho cada uno de estos encargos?
[95] De mi parte, cumplir� exactamente todo, y obedecer� lo que mandas; pero ac�rcate m�s a m�; abrac�monos un instante y gocemos con el doloroso placer de gemir.
Dijo, y extendi� los brazos, pero no toc� nada. El alma, como el humo, hab�a huido bajo tierra dando un peque�o grito. Estupefacto, se levant� de un salto. Golpe� sus manos una contra otra y dijo estas lamentables palabras:
- �Ay! Realmente existe a�n en la mansi�n del Hades un alma y una imagen pero sin organismo vital que la sustente; porque toda la noche el alma del desventurado Patroclo estuvo cerca de m�, gimiendo y llorando, y me dictaba cada una de sus recomendaciones y se parec�a maravillosamente a �l mismo.